La cultura mafiosa en Colombia es un fenómeno inocultable cuyo punto de inflexión se produce hace más de 30 años con el asesinato de Luis Carlos Galán el 18 de agosto de 1989 a manos del cartel de Medellín y, si nos guiamos de las investigaciones actuales, con la complicidad de sectores políticos comprometidos ya con el narcotráfico. Lo cierto es que a partir de ese asesinato el fenómeno del narcotráfico, cuya mancha ya había absorbido amplios sectores de la vida nacional, en especial de sus regiones más vulnerables por la producción y el tráfico de la droga, se proyecta con fuerza y decisión sobre la vida social y política del país.
En Colombia ya es típico lo ostentoso de los jóvenes; sus cadenas, sus anillos, el celular de alta gama, las fiestas privadas en fincas afuera de la ciudad, las mujeres plásticas, el bolso lujoso, la vida y el dinero fácil; “todo esto se vuelve parte de nuestra cotidianidad y empieza a ser aceptada por sus ciudadanos de élite e implementada por la otra parte de los ciudadanos por fuera de la élite, como un mal necesario, asumiendo paradójicamente muchos de estos desvalores como propios” comenta Andrés Restrepo, sociólogo entrevistado.
Pero, ¿cómo fue que llegamos a este punto de que los jóvenes, adultos o en algunos casos niños prefieren este tipo de cultura sobre los valores más conservadores? Los veremos en esta nota.
Oscar Mejía fue uno de los investigadores de este tema y cuenta que: “Colombia, por ser un país geográficamente clave para el procesamiento y tráfico de la droga en general, tuvo efectos devastadores. A finales de la década de 1980, el narcotráfico comprendió la importancia de extender sus tentáculos al interior del Estado y concebir una estrategia, podríamos decir simple, de penetración del Congreso.”, unas de las características que nos resaltan a los colombianos es la creatividad y lo trabajadores, pero ¿Estos valores pueden llegar a ser malos? En la vida cotidiana y como lo menciona Oscar hay algo llamado el rebusque que es cuando una persona por falta de oportunidades dignas, decide trabajar en el negocio de la plata fácil; micro tráfico de drogas, extorciones, secuestros y demás.
El dinero, no importa de dónde provenga, se vuelve el rasero de medición más que los méritos o los logros por esfuerzo propio. La narrativa, el cine y actualmente, las redes, empiezan a dar cuenta de ello de manera sistemática: los tiempos en que macondo y el realismo mágico pretendían caracterizar la identidad colombiana empiezan a ser reemplazados por la narcocultura que inicialmente viene de la mano de clases y sectores emergentes pero que bien pronto se filtra al conjunto de la sociedad.
León Valencia lo describía “El ‘narcdéco’, inadvertida revolución cultural”, en: El Tiempo, mayo 2008, entre jocosa y dramáticamente, así: Aquí, en estas tierras ubérrimas, en este desbordado río de la imaginación, ha nacido el narc déco. Hay un eco francés en esta corriente criolla; también acá su influencia trasciende las artes y se afinca con una fuerza en la vida cotidiana. Pasa con fluidez de la literatura, la música y la arquitectura al cuerpo exuberante de las niñas de 15 años; se detiene juguetona en la pintura, avanza hacia la manera de vestir de los señores y descansa, por fin, en las salas de cine. Pero los franceses van a palidecer cuando se den cuenta de que sus ‘años locos’, su belle epoque fue un juego de niños comparado con nuestro estridente cambio de milenio, con nuestra era de carteles, ‘paras’ y águilas. Van a ver que nuestro arte decorativo no se detuvo en los interiores de casas y edificios y, con gran audacia, se metió con el cuerpo y se propuso moldear senos y culos, cincelar caderas y muslos, corregir labios y respingar narices.
Los jóvenes están acostumbrados a normalizar dicha cultura en las redes sociales, lugar donde toman de manera cotidiana frases y comportamientos relacionadas a dicha índole.
Así la narcocultura moderna es reflejo de una cultura de consumo promovida tanto en medios de comunicación industriales como en internet (redes sociales), donde el estilo de vida de los narcotraficantes se difunde a través de canciones, telenovelas y vídeos que exponen sus elementos simbólicos: armas, autos y camionetas de lujo, joyas, alcohol, fiesta, mujeres, etc. “Los jóvenes estudiantes a través de estos medios han normalizado el imaginario de la vida fácil y dicho concepto conlleva a normalizar estas actitudes en ellos” nos indica Andrés Sepúlveda psicólogo y pedagogo de la institución educativa Rafael j mejia; “esto llega a los jóvenes como un mensaje directo a seguir y un anhelo por alcanzar como proyecto de vida”. La cotidianidad rural y semirural colombiana, esa mentalidad cuasi tradicional que ya ha sufrido un proceso de horadamiento convirtiéndola en un híbrido malformado que deja de lado sus tradiciones vivas vinculantes rurales para asumir prácticas de sobrevivencia patológicas urbanas, constituye el origen de las prácticas mafiosas, tal como se observan en la mafia siciliana en Italia y en su posterior prolongación urbana en Estados Unidos (Mosca, 2003).
Quedó claro de dónde nace esa cultura, o más bien, en que momento en adoptada en Colombia como propia, sin embargo, es importante resaltar que no llega solo a causa de un asesinato innecesario, pues, como indica (Jaramillo, 2004) en Problemática actual de la democracia, “obviamente, la proclividad a lo mafioso se da por varios factores adicionales: la ausencia de una institucionalidad constrictora, una disposición económico-política excluyente y discriminatoria y la existencia de unas élites lumpezcas, particularmente a nivel regional”. Estos factores ayudaron a configurar y consolidar una cultura mafiosa en Colombia, posteriormente, ambientaron la colonización mafiosa del Estado y en este momento, la normalización y adaptación de esta cultura en nuestra sociedad.
Para mayor claridad en el tema, accede a este video explicativo.
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